Se
conoce que en el paciente intervienen factores psicosociales con un impacto
significativo en la instauración del dolor crónico y la discapacidad asociada,
y que pueden convertirse en un gran obstáculo para la rehabilitación. Es por
ello que (al menos en la teoría) se ha superado el paradigma biomédico y se ha
adoptado el biopsicosocial. Es importante destacar que el modelo biopsicosocial
implica integrar en el razonamiento clínico factores tanto biológicos como
psicológicos y sociales – en ningún caso debiera usarse este modelo para
ignorar los factores biomédicos.
Desde
que se produjera este cambio conceptual, las terapias psicológicas han formado
parte importante de muchos programas de manejo del dolor. Las terapias modernas
combinan principios conductuales y terapias cognitivas para generar una
variedad de abordajes terapéuticos denominados en su conjunto como terapias
cognitivo-conductuales (TCC).
Las TCC
comparten una serie de principios teóricos sobre la interacción entre aspectos
ambientales, cognitivos y comportamentales, incluyendo la idea de que los
síntomas y los comportamientos alterados en el paciente con dolor crónico están
modulados cognitivamente, y pueden ser, por tanto, mejorados modificando el
pensamiento y las creencias del paciente, aspecto fundamental del modelo
biopsicosocial del dolor crónico. No obstante, en algún momento de la rápida
generalización de las TCC como el tratamiento no farmacológico dominante para
el dolor crónico, estas terapias pusieron su foco en enseñar a manejar el
dolor, más que tratarlo. El discurso estaba entonces más relacionado con que el
dolor es inevitable, y toca, por tanto, aprender a hacerle frente (“el dolor es
inevitable – sufrir es opcional”), mientras que el abordaje original era “el
dolor puede ser aliviado modificando las creencias y los comportamientos”.
Por
tanto, se dejan a un lado los mecanismos biológicos del dolor y su función
biológica (el dolor como experiencia consciente que pretende evaluar el daño a
los tejidos y poner en marcha comportamientos protectores), así como los
cambios que ocurren en el SNC (neuroplasticidad maladaptativa). El peligro de
esto es que los pacientes realicen programas de tratamiento en los que eduquen
sus pensamientos, creencias y comportamientos, pero sin dejar de creer que su
dolor es un marcador preciso de daño en sus tejidos o de otras enfermedades que
afecten a su médula espinal y cerebro.
Esta
contrariedad se pone de manifiesto en el lenguaje del paciente, cuando éste
afirma “entiendo que el dolor no siempre equivale a daño, pero a mí me duele de
verdad”, o “estos programas son realmente eficaces para aquellos que
simplemente creen que tienen dolor, pero no para mí, yo tengo dolor de verdad”.
Es todo ello lo que motiva la aplicación de la Educación en Neurofisiología del Dolor, una terapia de educación al
paciente con el objetivo puesto exclusivamente en reconceptualizar el dolor, y cuyas características y evidencia repasaré en mi siguiente entrada.
BIBLIOGRAFÍA
· Nijs J, Roussel N, Paul van Wilgen C, Koke A, Smeets R. Thinking beyond muscles and joints: therapists' and patients' attitudes and beliefs regarding chronic musculoskeletal pain are key to applying effective treatment. Man Ther 2013 Apr;18(2):96-102.
· Moseley GL, Butler DS. Fifteen Years of Explaining Pain: The Past, Present, and Future. J Pain 2015 Sep;16(9):807-813.
· Butler AC, Chapman JE, Forman EM, Beck AT. The empirical status of cognitive-behavioral therapy: a review of meta-analyses. Clin Psychol Rev 2006 Jan;26(1):17-31.
· Wright AR, Gatchel RJ. Occupational musculoskeletal pain and disability. Psychological approaches to pain management: A practitioner’s handbook 2002:349-364.
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