El dolor ME crónico se define como el dolor que se prolonga por más de 3 a 6 meses, aunque
algunos ponen el límite en los 12 meses. Otra alternativa define el dolor crónico sin tener en
cuenta un número de meses fijo, al entenderlo como “aquel dolor que se extiende más allá del
tiempo de curación esperado”. Ésto es un inconveniente a la hora de comparar datos sobre la
prevalencia del dolor crónico, pues dependen de la definición de dolor crónico tenida en cuenta,
las preguntas realizadas en las encuestas epidemiológicas y otros problemas metodológicos,
por lo que es necesario estandarizar la definición de dolor crónico y la metodología de
investigación para futuros estudios epidemiológicos.
A pesar de estos problemas metodológicos, está claro que el dolor ME crónico es común entre
adolescentes y adultos. Afecta a entre el 13,5-47% de la población general y tiene una
prevalencia de entre el 11,4-24% . En el año 2010, el dolor lumbar y cervical mostraban una
prevalencia de 1694/100.000 habitantes a nivel global (con un incremento de un 9.4% desde
1990) y sumaron 116.704 años vividos con discapacidad, lo que supuso un incremento del
42.1% respecto a 1990. El dolor lumbar fue el mayor contribuyente al total de los años vividos
con discapacidad, con un 10.7% del total, mientras que el dolor cervical fue el cuarto.
"Ay qué dolor de espalda... Pero qué fuerte estoy."
La prevalencia del dolor ME crónico está influenciada por un gran número de factores de
riesgo: individuales (mayor frecuencia a medida que aumenta la edad; en mujeres, en
fumadores, en sujetos con trastornos del sueño, en personas sedentarias, y en poblaciones
inmigrantes recientes o de etnia no caucásica), psicosociales (prevalencia mayor en sujetos
con bajo nivel socioeconómico, escasa interacción social, con depresión y ansiedad, en
personas cuyo estado civil sea viudo, separado o divorciado y en poblaciones con mayor estrés
psicológico) y ocupacionales (es más frecuente en sujetos que realizan trabajos manuales).
Aun con este conocimiento de los factores de riesgo, se requieren futuras investigaciones que
evalúen las diferencias pronósticas de los distintos factores de riesgo, por separado y
conjuntamente.
Muchas de las personas que padecen síntomas crónicos ven afectada de forma significativa su
calidad de vida a causa del dolor que sufren: problemas de sueño, sentimentales y sexuales,
dificultades a la hora de andar o realizar tareas del hogar, problemas para mantener un estilo
de vida independiente, sensación de desamparo y de funcionamiento anormal, depresión como
consecuencia del dolor… Además, muchos tienen una percepción negativa de las actitudes de los demás respecto de su dolor, tales como que el doctor se centre antes en su enfermedad
que en su dolor; que el doctor no sabe cómo controlar su dolor; o que la gente a su alrededor
no se crea la magnitud del dolor que están sintiendo, ni entienda el problema que éste supone
y el impacto que tiene en su vida.
El dolor crónico no sólo tiene consecuencias negativas en la calidad de vida de la persona que
lo padece, sino en su economía también: menor capacidad o incapacidad para trabajar fuera
de casa; pérdida de su trabajo a causa de su condición; influencia del dolor en su situación
laboral y en el número de horas que trabajan…Asimismo, de los efectos del dolor crónico en la
capacidad de trabajar se derivan las consecuencias económicas para la sociedad. Además de
los costes relacionados con la pérdida de productividad por las bajas laborales y la disminución
en la eficacia de trabajo, se suman las compensaciones sociales, pensiones de jubilación y
otros costes indirectos, que suponen un impacto negativo para la economía mucho mayor que
los gastos sanitarios directos. En cuanto al uso de recursos sanitarios, según una encuesta
realizada a nivel europeo, un 60% de las personas con dolor crónico había pasado consulta
médica por su dolor de 2 a 9 veces en los últimos 6 meses, y el 11% al menos 10 veces.
OPINIÓN PERSONAL
De todo esto se desprende que, mientras que es importante tratar la condición subyacente del paciente,
es igualmente importante afrontar el dolor crónico resultante. Si bien el dolor agudo puede ser
considerado un síntoma englobado dentro de una enfermedad o lesión, el dolor crónico, por
todas sus consecuencias a nivel de actividad física, impacto socioeconómico y calidad de vida,
debiera ser considerado como una enfermedad en sí misma.
Nuestros esfuerzos debieran ir enfocados a identificar de forma precoz a aquellos pacientes en riesgo de desarrollar dolor crónico (prestando atención por ejemplo a los factores de riesgo anteriormente mencionados), para prevenirlo y evitar así todas las pesadas consecuencias que trae.
De igual forma, en aquellos pacientes que ya experimenten dolor crónico, debiéramos contar con las herramientas adecuadas para identificarlo y educar al paciente acerca de su condición y las posibilidades terapéuticas existentes, en vez de tenerlo dando tumbos por el sistema sanitario sin que nadie realmente le intente dar una explicación sobre su padecimiento.
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